domingo, octubre 04, 2009

Fragmento de "Hoy sí es hora de la cena"



Son más de las ocho y el olor del caldo de res anuncia que faltan todavía dos horas para la cena. La mesa, espera desde las cinco, vestida con el mantel de agujeros bordados, con la gargantilla de platería opaca al cuello, [...]. Pero el carnicero no llega temprano desde el día en que un camión de redilas atropelló a su mujer saliendo del rastro. En las hornillas la cacerola desgastada inicia un bailoteo, muy suave, muy tímido. Midas hace su recorrido vespertino por toda la planta baja, camina por la sala con la cabeza escondida entre los hombros, gruñe cada vez que llega a la cocina, levanta mansa la mirada al pasar cerca del ventanal y se detiene firme, impasible, despierto, con el ánima desasida frente a la puerta con llave del cuarto.

Hace mucho la cerradura permanece inviolada en ese dormitorio, ya no recuerdan al foco que guarda mosquitos en el estómago, a las paredes exhalando olor a miados ni a las cajas enmohecidas en una siesta eterna. Hace tanto tiempo que se ve pararse a Midas frente al aura oscura de la puerta que ya nadie le repite que ese trance es en parte culpable de sus insomnios posteriores. Prefieren dejarlo de pie, callado y ausente. Rezan nada más para que esa noche,[...], no sueñe demasiado y los deje dormir.

Midas permanece en silencio. La cacerola se contonea y silva anunciando las nueve. En el comedor, las sillas se acomodan en un ángulo de tres cuartos para dejar ver su mejor perfil; lucen orgullosas a pesar del polvo y lo raído de su tapicería rojiza. La platería permanece callada, no ha olvidado las palabras; aunque sabe bien cuando es mejor no usarlas. El candil parece cansado y suspira cada vez que la mosca que entró por la escalera se le acerca. El retrato de doña Soledad, desde el marco dorado que perdió toda representación monárquica y que ahora se contenta con subrayar el pasado, sonríe a sorbos salivales. Nadie se sienta.

La cacerola gime, llora, rompe el silencio, arremete contra el tapiz grisáceo por el exceso de tiempo y lanza un alarido desesperado. [...]. Midas engulle unos cuantos trozos de res que cayeron al suelo, voltea a su alrededor buscando empatía, esperando que alguien imite su acto de desesperada hambruna, esperando que alguien lo mire con sensación de rabia y le arranque de los dientes la comida. A lo lejos vuelve la afonía, tuerce la intuición. No hay más que ausencia.

Midas mastica mientras el olor a caldo se detiene brusca, violentamente, frente a la puerta del cuarto; la estela parece luchar por su vida contra la pestilencia a orines que le lanza balas debajo de la puerta. La fuerza de la podredumbre vence y se cuela entre los ojos de Midas hasta el cerebro, como un zarpazo; luego de golpe, violenta, irrefrenable percibe la mirada colérica y rendido escupe el trozo que estaba por tragarse. Ya son las diez. La puerta permanece bajo llave. Doña Soledad retiene la sonrisa amordazada. El candil despierta, contiene el suspiro por venir y la mosca cae muerta dentro la sopera. Los cubiertos hablan entre sí muy bajo. Las sillas se avergüenzan y esconden sus largas piernas bajo la mesa.

La cerradura cruje y se escucha un tibio pasar. Midas se detiene frente al quicio, olisquea y percibe un olor conocido, un olor a rancio, que sale por la ranura de la entrada del cuarto y entre el surco de la manija. Dentro, en la oscuridad, los mosquitos revolotean alrededor del cadáver luminoso, alrededor de las cajas se extiende un charco coagulado, los muros se estiran para permitir pasar los nidos de polillas. Se abre primero la reja, [...] aparece el carnicero vestido de luto. Va hacia la cacerola, se asoma y aspira, se sirve un plato lleno, [...], acaricia la cabeza de Midas y le pregunta si esta vez su mujer sí quiso salir de su dormitorio a tomar el sol, levanta el vaso hacia doña Soledad en señal de “buen provecho”. Midas esconde la cabeza bajo las dos patas delanteras. El carnicero da un bocado y susurra: “Alégrate Midas. El día miente: hoy sí es hora de la cena”.

Para leer el cuento completo: buscar el número 1 de la revista Errr.