lunes, julio 26, 2004

Machacándose los sesos

“TAN PRONTO como un escritor nos descubre la mecánica de su pensamiento, sus hábitos mentales, sus reacciones acostumbradas y el cielo bajo de sus ideas preferidas se nos cae de las manos y de la gracia. Guárdate de descubrir tus rutinas y tus procedimientos y haz creer que tu cerebro no repite jamás sus operaciones y que la tapa de tus sesos es el espacio infinito.”
(Meditaciones críticas, Torri)
 
Rebanada, tras rebanada, tras rebanada. Hoy he comido suficiente, he comido hasta el hartazgo. Me han autorizado por fin ejercer mi profesión de caníbal sin riesgo a ser capturado. Y es que a los de mi clase, solían recluirnos en hospitales incendiados de lamentos y rugidos cúbicos que se empotraban en los pasillos semidesnudos y semibarridos, además de que nos repetían frases de “El silencio de los inocentes” con el fin de atormentarnos y hacernos ver lo que nos deparaba el futuro. Jamás me creí eso de terminar siendo un genio en Criminología, así que cuando nos gritaban las citas, tan sólo les daba por su lado y me decía una y mil veces que primero muerto a terminar descifrando casos evidentemente ficticios y poco probables en este mundo o al menos en este lado de él. Pero ya poseo mi credencial de lector, la cual muestro con gran orgullo, y que verifica que soy un ciudadano consciente y que tengo libre albedrío. Ahora puedo andar libre sin temor a ser asesinado o insultado al querer comprar mi débil, pero aún existente, dignidad con cubetas, camisetas o litros de leche cuajada y a medio pudrir.
Libertad de pensamiento. Libertad de amordazar y destrozar con los dientes mal lavados a unos cuantos inocentes los cuales, por cierto, no tienen muy buen sabor debido a la carencia de adrenalina en el cuerpo acostumbrado a vivir en confesionarios e iglesias con olor a vino rancio. Por eso siempre he dicho que lo más importante, de poder comprobar la mayoría de edad, es el tener la libertad de desollar a infames corruptos de carne  asombrosamente rojiza y suave como la de los corderos recién destetados.
Ya sólo me falta beber la sangre fermentada que se acumula en las esquinas del cuarto derruido, sucede que se encuentra en condiciones tan infames que ni los de la hipoteca han querido echarme por miedo a perder algunas de sus ganancias o su fama de grandes administradores y usureros. Espero poder beber en paz. Bendice Señor estos alimentos…

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