martes, abril 07, 2009

Más y más fragmentos:


Rumbo a Filadelfia


Para mi Armando.

“…Make me an angel that flies from Montgomery
Make me a poster of an old rodeo
Just give me one thing to hold on to
To relieve in this living is just a hard way to go.”
John Prine, “Angel from Montgomery”.



Dos pasos y la madera cruje, piensas en la carta abandonada hace quince días en tu buzón mientras una botella de aguardiente descansa sobre tu pierna y cuatro moscas caminan sin prisa sobre la mesa apolillada de la cocina. En el porche, el sediento perro se incorpora nervioso, gruñendo al camino [...]; la veleta presagia la llegada de la gran ventisca. Ya se oye el aire crecido desprendiéndose desde los fondos de la tierra, azotándose en un acto de expiación contra las tejas. Te asomas por el vidrio y el polvo crece, la sequía permanece, el calor somete; el camino a lo lejos sin moverse, ni un centímetro.

Ayer rezaste por séptima vez con los dedos bien cruzados a santos desconocidos, esperando que la inalterable fe legitimara su promesa. Esas cosas no sirven, [...] tan sólo funcionan para aquellos a quienes Dios reconoce como hijos; pero a ti, [...]

La primera advertencia del viento. [...] Con la muleta tras de ti corres a vigilar que la cerradura esté bien firme, pero no olvidas mirar una vez más por la ventana, huyes al sótano a refugiarte, piensas en el perro, lo llamas, le gritas. Acercas a tu pecho la biblia, entre sus páginas permanece la carta, te cuelgas el rosario, repites: “Santo, Santo, Santo, el Señor Dios Todopoderoso, el que era y el que es y el que viene”. Cierras los ojos.

La suerte está echada y no queda más que esperar. [...], descansa en el tibio sofá, acuéstate abrazado a la paciencia y a los muros astillados. Aléjate, aléjate para siempre del camino.

Después del golpeteo de maderas, del crepitar de vigas, del cimbreo de cristales, sales de debajo, te sacudes el polvo. Arriba el aire hirviente que se removió de los trasfondos terrestres ahora ocupa el lugar de tu resguardo. [...] Te envuelves el puño con el rosario para salir al patio delantero. El sonido desaparece, el camino permanece inmóvil. Frente a ti como una falsa ofrenda, una vaca muerta, con la lengua de fuera y las patas abiertas, sobre ella una plaga de insectos.

Prendes el radio, pero tan sólo las moscas responden al silencio. Unos minutos después, llega la voz robusta de Mr. Roosevelt y apaga el zumbido, suspiras al mismo tiempo que a cada palabra tu voluntad es restaurada, “los hombres no son prisioneros de su fe, sólo son prisioneros de su propia mente”. Abres de nuevo la puerta y asomas la cabeza, el polvo exhumado cubre el paisaje y la línea de la carretera a penas se logra distinguir, el olor se ha vuelto tibio, [..]. Das un paso, [...] y tratas de contar con la mirada los metros de la entrada a la orilla de la carretera. Veinticuatro. Parecen pocos, pocos comparados con el verdadero viaje. [...]. Retomas la biblia, recorres impaciente las páginas, abres en el Nuevo Testamento y te arrodillas frente a la ventisca. Levantas la voz, un golpe de polvo te responde.

[...]

Te arrastras hacia la puerta, [...] Te derrumbas ya dentro, sin ganas. Recuerdas la fotografía clavada en los intestinos, la promesa administrativamente membretada, el hambre para el archivo, el anuncio zumbando en tu memoria, tu pierna subrayada en las líneas incorrectas, las moscas clavadas a los muros, [...] Abres, las páginas y en medio la carta. Ya sentado frente a los vidrios [...], recorres los surcos de la madera avejentada más que nada por el recuerdo, para trazar con tus dedos la ruta, aquella que te prometieron te salvará de la miseria, aquella firmada por la FSA y señalada por los profetas. [...], sales a la carretera ardiente, rumbo a Filadelfia.

Pobre inválido cobarde, sin pierna y sin edén. Te ha abandonado, como abandonó a su hijo. Pero a ti, te entregó a una cruz sin resurrección posible, olvidó tu nombre y te dejó sus cenizas.

Empieza el dolor en el muñón, pero se te olvida al intentar negociar con tu cuerpo que relegue el ardor de la llaga en la axila y que soporte un poco más el sol sobre los labios resecos. No van más de tres pasos y ya te asomas esperanzado y fijas el rostro en el letrero que anuncia a lo lejos “Buen viaje. Alabama”. [...] A pesar de la voluntad te reventó el tormento. Cierras con llave, [...] te recuestas sin fracaso, con completa desobediencia.

Como cadáveres desnudos, dejaste el aguardiente y la carta. El paisaje se detuvo en un gran fuego artificial: el espejismo intacto, el camino sin huellas, la casa sin el ruido de tus muletas, el incendio, el perro hambriento, la pierna amputada, el final en un canto. Te has muerto sentado en un sofá, [...]


Todo el texto, próximamente en Revista Pleroma.

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