jueves, julio 22, 2004

Estando apoltronada

LLevo horas, horas sentada frente a la máquina cansada y llorosa, tanto que la celulitis de las nalgas se ha convertido en una sustancia más gelatinosa que los mocos que vendían fuera de las escuelas y que se pegaban a las paredes.
He escuchado mil y un veces mi nuevo y genial cd de Radiohead, cabe mencionar que estoy en la quiebra y aún así sigo gastando, repito los tracks como letanías en día de iglesia. Me persiguen mis prestamistas y una serie de individuos de los que es mejor no hablar. Tal vez es por eso que mejor huyo a donde nadie me encuentre, debería pasar por muerta, cambiarme el nombre, comprarme una peluca -- ¿qué tal una al estilo Marylin Monroe, pero la Marylin de Warhol?
La cama me ha dicho que me reúna con ella --lástima que sólo es la cama y no un hermoso Apolo-- pero tanto té negro y tanto miedo a las próximas semanas me impiden que me una con mis pesadillas sobre trillizas inglesas de la época victoriana y jabalíes muertos llenos de manzanas. La cama comienza a ser redonda, como una esfera navideña en la que se reflejan lucecitas, se han mezclado las sábanas con la desesparación de lo que vendrá inevitablemente: la despedida. Todo es redondo, todo como el infinito matemático y nuestro planeta azul. Todo remite a lo que ha sido, es y seguirá siendo.
Somos nosotros mismos, a pesar de las aventuras y las exploraciones interiores, somos estos que se tocan, somos los tangibles. El cuerpo se me envejece frente a la máquina, el alma se arruga--a pesar de tantas cremas-- y sigo aquí porque no he encontrado mejor forma de decir un "hasta pronto". Prefiero la putrefacción a aprender que uno debe seguir en el crírculo de la vida, seguir caminando, seguir viajando.
Quiero seguir sentada, en este cuarto, en esta silla, con mis rayones-- de niña de cinco años-- en mi techo. Mejor esto a levantarme y encender las velas de unas alas mecánicas que me llevaran lejos. ¿Irse, a dónde? si los demonios igual nos persiguen y nunca podremos ser ángeles. Estar abrochada--con este cinturón de seguridad-- a este piso me permite creer que los futuros cercanos están en realidad muy lejos.
Gracias a Dios me voy, por fin lejos.

1 comentario:

G. dijo...

Trankis, compañera desvelada. Aunque digas que no y reniegues, ya nos tendremos que encontrar por allá en el viejo continente pa conversar y embriagarnos. Y por supuesto habremos de viajar, ya verás.

Trankis.